5 de julio de 2017

Yo soy gitano.

Sumido en mi escritura estaba cuando al pasar junto a mi un joven gitano me dijo “Qué tal profe”.
Me despegué por un instante de mi “Underwood” y recordé:

Fueron los primeros años de mi rehabilitación. Tenía claramente problemas en el habla: Disartria,
Cerca de casa estaba el Centro Social Labañou y hasta allí me dirigí a ofrecerme voluntario.
Me dijeron que les haría falta un profesor de apoyo escolar para jóvenes problemáticos.
Acepté encantado.
Había por clase unos seis o siete alumnos.
La mayoría eramos payos, pero había tres o cuatro gitanos.

Recuerdo que el primer día un joven gitano me dijo: “Oiga que no se le entiende nada”.
A lo que yo le contesté: “Pues presta más atención. Si así lo haces me entenderás perfectamente”.

El chaval siguió si entenderme pero yo no podía mostrar la debilidad de decirle que era consecuencia de un TCE por un accidente de tráfico.
Los jóvenes difíciles son el colmo de la crueldad y abría sido contraproducente.

Maravillado estaba con la belleza de mis alumnas gitanas.
Eran coquetas, femeninas...
Hasta el punto de que yo muchas veces desee ser uno de ellos.

Sí, sí marginal y gitano.

Pero mis clases acabaron de un modo brusco. Pues un día al acabar las clases iba yo a cerrarla puerta cuando de repente el hijo del presidiario y prostituta me lo impidió desde dentro.
Lo intenté varias veces pero no me fue posible.
Claramente enfadado perdí los nervios y grité: “Me cago en dios suelta la puta puerta”.

Estaba otro profe presente.
Dio parte y a mi me dijeron que gracias pero que dejaban de contar conmigo.
El disgusto que me llevé fue tremendo.

Pero yo creo que se confundieron.
Ya les habían hablado maravillas de mis clases.
Tenía contentos a los padres y a los alumnos.

Y yo me había limitado a enfadarme como ellos lo hacen.
¿Qué querían que dijese: ¡Caspitas deje usted la puerta!?.
Yo me comunicaba con ellos a su manera.

Lo que es cierto es que en esa fase temprana de mi recuperación estaba un tanto irascible. Y ello tuvo que influir.
Y recuerdo que entre los temas de tertulia que sacaba en clase un día les hablé de flamenco. Y ellos mostraron -sobre todo los gitanos- mucha querencia y afecto por el Camarón de la Isla.

A algún padre los seguí viendo en Penamoa cuando hice mi reportaje periodístico sobre “El paisaje “yonquie” de Galicia”.

Y es que realmente pensé: ¿Acaso les hemos dejado otro hueco social en el que puedan llevar una existencia digna y decorosa?
En nuestra sociedad tiene que haber camellos. Y nosotros elegimos quienes han de serlo.
                                 Kiko Cabanillas.























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