Sumido en mi
escritura estaba cuando al pasar junto a mi un joven gitano me dijo
“Qué tal profe”.
Me despegué por
un instante de mi “Underwood” y recordé:
Fueron los
primeros años de mi rehabilitación. Tenía claramente problemas en
el habla: Disartria,
Cerca de casa
estaba el Centro Social Labañou y hasta allí me dirigí a ofrecerme
voluntario.
Me dijeron que les
haría falta un profesor de apoyo escolar para jóvenes
problemáticos.
Acepté encantado.
Había por clase
unos seis o siete alumnos.
La mayoría eramos
payos, pero había tres o cuatro gitanos.
Recuerdo que el
primer día un joven gitano me dijo: “Oiga que no se le entiende
nada”.
A lo que yo le
contesté: “Pues presta más atención. Si así lo haces me
entenderás perfectamente”.
El chaval siguió
si entenderme pero yo no podía mostrar la debilidad de decirle que
era consecuencia de un TCE por un accidente de tráfico.
Los jóvenes
difíciles son el colmo de la crueldad y abría sido contraproducente.
Maravillado estaba
con la belleza de mis alumnas gitanas.
Eran coquetas,
femeninas...
Hasta el punto de
que yo muchas veces desee ser uno de ellos.
Sí, sí marginal
y gitano.
Pero mis clases
acabaron de un modo brusco. Pues un día al acabar las clases iba yo a
cerrarla puerta cuando de repente el hijo del presidiario y
prostituta me lo impidió desde dentro.
Lo intenté varias
veces pero no me fue posible.
Claramente
enfadado perdí los nervios y grité: “Me cago en dios suelta la
puta puerta”.
Estaba otro profe
presente.
Dio parte y a mi
me dijeron que gracias pero que dejaban de contar conmigo.
El disgusto que me
llevé fue tremendo.
Pero yo creo que
se confundieron.
Ya les habían
hablado maravillas de mis clases.
Tenía contentos a
los padres y a los alumnos.
Y yo me había
limitado a enfadarme como ellos lo hacen.
¿Qué querían
que dijese: ¡Caspitas deje usted la puerta!?.
Yo me comunicaba
con ellos a su manera.
Lo que es cierto
es que en esa fase temprana de mi recuperación estaba un tanto
irascible. Y ello tuvo que influir.
Y recuerdo que
entre los temas de tertulia que sacaba en clase un día les hablé de
flamenco. Y ellos mostraron -sobre todo los gitanos- mucha querencia
y afecto por el Camarón de la Isla.
A algún padre los
seguí viendo en Penamoa cuando hice mi reportaje periodístico sobre
“El paisaje “yonquie” de Galicia”.
Y es que realmente
pensé: ¿Acaso les hemos dejado otro hueco social en el que puedan
llevar una existencia digna y decorosa?
En nuestra
sociedad tiene que haber camellos. Y nosotros elegimos quienes han de
serlo.
Kiko Cabanillas.
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