Yo nací en Madrid y también en
Cuernca y a su vez en Pamplona.
Me llamaron Adolfo, Raúl y Federico
En la capital estuve hasta los trece
años de vida.
Luego me fui a vivir a Pontevedra,
donde no tardé en engancharme al caballo.
En Cuenca me convertí en un “escala”.
Practicaba en las casas colgantes, por
lo que me pusieron más de una multa.
Pronto comencé a practicar el
alpinismo en los Alpes y en el Himalaya.
Y en Pamplona estudiaría Medicina,
para pasara ser miembro de Médicos sin Fronteras.
Mi vida como yonquie fue insulsa y
aburrida. Todo se reducía a conseguir la próxima dosis.
Chapas, robos, lo que hiciera falta.
Mi existencia de heroinómano es
absolutamente prescindible pues carece de total interés.
Como alpinista sentí mucho la muerte
de mi amigo David,
quien se me quedó en una eterna pared
de los Alpes. Entonces estuve a punto de dejarlo, pero no fui capaz.
Mi vida como médico fue plena.
Trabajé en el Congo, hasta que fui
contagiado de Sida.
Lo cual me hizo tener que regresar a
España para tratarme en condiciones.
La vía de contagio fue sexual con una
nativa de mi tribu congoleña.
Como heroinómano fui uno más,
contagiado de Sida, acabé muriendo a los treinta y cinco años de
vida. No me lloraron mucho. Y pronto fui olvidado.
Como alpinista una caída truncó todas
mis perspectivas.
Y me amarró a una silla de ruedas para
el resto de mis días.
Gracias a la ayuda de un amigo comencé
a consumir heroína. Sida y muerte en plena juventud.
Las tres biografías acaban igual, con
la aterradora palabra de Síndrome de Inmunodeficiencia adquirida
SIDA.
Pero tanto mi vida como alpista como la
de Médicos si Fronteras fueron plenas.
Y en ellas fui feliz.
SIDA
Muerte en vida.
Contagiado por la muerte que te abraza
y no te olvida.
En cuantos grandes jinetes has dejado
tu impronta.
Enfermedad de la nueva era.
Maldición satánica que parece
castigar a heroinómanos y homosexuales.
Cantantes, poetas...
Heroinómano del barrio
Llega a todos los estratos.
Ofrezcámosle.
Kiko Cabanillas.
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