Con mi “Underwood”
preparada decidí de nuevo tomar una vida prestada para poder vivir
con otra alma: Esta vez sería un voluntario afincado en Marruecos,
concretamente en Agadir.
Un esfuerzo...Y ya
estaba: Era Kiko, un voluntario que vivía con ellos.
Vivía en un piso
patera con otras ocho personas en la calle Barcelona.
En el salón
teníamos las mantas y le mercancía para vender.
Despertaba como
siempre con un nauseabundo olor proveniente de los pies de Ahnmad,
que al igual que nosotros no se había podido duchar desde hacía más
de diez días pues nos habían cortado el agua.
La mujer de Ahmad,
Leticia, había dado dado a luz hacía dos meses. Y carecía de las
condiciones sanitarias adecuadas para su cuidado.
Pronto todos mis
compañeros estaban despiertos pues la persiana estaba rota y entraba
mucha luz.
Abrahan y Ahmed
venderéis hoy en la calle Barcelona. Kiko también.
Leti y yo eramos
los únicos españoles del tugurio.
Así pues salimos
a vender. La jornada transcurrió con normalidad.
En dos ocasiones
nos avisaron que estaba patrullando la policía municipal y tuvimos
que recoger y salir por patas.
Comimos unos
bocadillos que llevábamos de almuerzo.
Y sobre las siete
nos fuimos.
Yo tuve que ir al
mercado pues me tocaba cocinar: Comida gallega, les encantaba.
Les preparé un
lacón con grelos. Y al acabar Abraham, Leti y yo fuimos a ver al
propietario a su casa. No nos recibió muy bien, pues dijo que
prefería vernos en el piso alquilado.
“Por favor,
llevamos quince días sin agua y gas. Tenemos un crío recién nacido
y su salud peligra, así como la de la recién parida”, dije yo.
“No te preocupes
hoy lo arreglo”, contestó. “Y por cierto qué haces tú entre
tanto inmigrante”, dijo. “Incluso me han dicho -añadió- que hay
una española casada con un sirio”.
“Verás son mi
gente. Comencé ayudándoles desde una ONG. Y ahora me he venido a
vivir con ellos”, señalé.
Abrahan nos pidió
que le acompañásemos al locutorio pues quería hablar por teléfono
con un hermano que tenía en Alemania, quien le iba a enviar dinero
para que dejase A Coruña y se fuese a vivir a Munich con él.
Le daría trabajo
en una empresa de mudanzas que había conseguido montar.
Lo cierto es que a
todos nos daba mucha envidia, pero nos alegrábamos inmensamente por
él.
Así pues al
llegar, lacón, chorizos, grelos -vino no podían tomar- y la buena
noticia de que nos iban a arreglar el agua y el gas.
El que cocinaba
fregaba. Así es que...A ello me puse.
Kiko Cabanillas.
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