Estaba yo escribiendo como siempre...Y
una pareja de colegiales se besaba en un banco de las proximidades.
Como un halo espiritual me
transmitieron.
Y comencé a recordar:
Mi primer beso en los morros me lo
daría Jenny, aquel verano que -con trece años cumplidos- pase en
Irlanda.
Recuerdo que el momento fue muy
comprometido, pues no tenía experiencia y desconocía si lo haría
bien. Aún así -y siguiendo instrucciones- le metí la lengua
y...¡No podía tocarle las tetas!, ¡Qué pensaría de mi!.
Fueron unas diez sesiones en un banco
público.
Pero a partir de ese día yo ya podía
decir que había morreado
El tiempo fue pasando. Y un buen día
conocí a Eva Domínguez Insuda, con unos ojos azules que quitaban el
sueño. Delgadísima -la estaca la llamábamos-.
Morreábamos en la Cruz de las Alameda
y en Golope (discoteca).
Pero fue el no ir a más lo que produjo
que yo cortara con ella.
También por aquellos años de
instituto salí con Natalia, de pechos turgentes que no se vieron
libres de mis magreos. Comparados con los suyos los pechos de Eva
eran dos miserables espinillas.
Bueno a todo esto, también me
enamoraba, tanto de Eva como de Natalia.
Luego, ya pasados los veinte años me
fui a trabajar de camarero a Londres, donde conocí a la brasileña
Irene, quien era tan apetecible como estrecha. Era bailarina en el
Coven Garden. Y muchos años después sí mantendríamos relaciones,
pero al principio era un suplicio.
Pero antes de Irene, en Londres, tuve
un affaire con Rosa, murciana voluptuosa con la que tuve mis primeras
relaciones sexuales plenas. Terminó su curso y me lié con la
brasileña que trabajaba en mi casa además del ballet.
Con la bailarina, aún con la
distancia, seguí manteniendo relaciones. Y a la murciana le dí
puerta.
Con Irene estuve en Alemania en un
pueblecito al pie de los Alpes durante quince días
Pero finalmente la dejé alegando que
tenía problemas de drogas. Mano de santo, desapareció.
Y finalmente conocí a Silvia, la que
sería mi mujer.
Nos amamos en lugares tan poéticos
como una cabaña bereber en el desierto del Sáhara.
Y su entrega fue total desde un primer
momento.
Me enamoré de ella, de sus hermanas y
de su madre.
La que más, la que más, su madre.
Iba con ella de compras y a tomar
vermú.
Y a mi lo que más me gustaba que
hicieran es darme la mano y mirarme a los ojos. Lo demás todas
sabían hacerlo más o menos bien.
A bueno y algo que debo declarar es que
siempre me han gustado muchísimo las mujeres del prójimo, sobre
todo si están casadas. Actualmente pierdo el resuello por Teresa,
casada y con un hijo. Yo soy divorciado
Kiko Cabanillas.
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