1 de julio de 2017

-El beso.

Estaba yo escribiendo como siempre...Y una pareja de colegiales se besaba en un banco de las proximidades.
Como un halo espiritual me transmitieron.
Y comencé a recordar:

Mi primer beso en los morros me lo daría Jenny, aquel verano que -con trece años cumplidos- pase en Irlanda.
Recuerdo que el momento fue muy comprometido, pues no tenía experiencia y desconocía si lo haría bien. Aún así -y siguiendo instrucciones- le metí la lengua y...¡No podía tocarle las tetas!, ¡Qué pensaría de mi!.

Fueron unas diez sesiones en un banco público.
Pero a partir de ese día yo ya podía decir que había morreado
El tiempo fue pasando. Y un buen día conocí a Eva Domínguez Insuda, con unos ojos azules que quitaban el sueño. Delgadísima -la estaca la llamábamos-.
Morreábamos en la Cruz de las Alameda y en Golope (discoteca).

Pero fue el no ir a más lo que produjo que yo cortara con ella.
También por aquellos años de instituto salí con Natalia, de pechos turgentes que no se vieron libres de mis magreos. Comparados con los suyos los pechos de Eva eran dos miserables espinillas.
Bueno a todo esto, también me enamoraba, tanto de Eva como de Natalia.

Luego, ya pasados los veinte años me fui a trabajar de camarero a Londres, donde conocí a la brasileña Irene, quien era tan apetecible como estrecha. Era bailarina en el Coven Garden. Y muchos años después sí mantendríamos relaciones, pero al principio era un suplicio.

Pero antes de Irene, en Londres, tuve un affaire con Rosa, murciana voluptuosa con la que tuve mis primeras relaciones sexuales plenas. Terminó su curso y me lié con la brasileña que trabajaba en mi casa además del ballet.

Con la bailarina, aún con la distancia, seguí manteniendo relaciones. Y a la murciana le dí puerta.
Con Irene estuve en Alemania en un pueblecito al pie de los Alpes durante quince días
Pero finalmente la dejé alegando que tenía problemas de drogas. Mano de santo, desapareció.

Y finalmente conocí a Silvia, la que sería mi mujer.
Nos amamos en lugares tan poéticos como una cabaña bereber en el desierto del Sáhara.
Y su entrega fue total desde un primer momento.

Me enamoré de ella, de sus hermanas y de su madre.

La que más, la que más, su madre.

Iba con ella de compras y a tomar vermú.

Y a mi lo que más me gustaba que hicieran es darme la mano y mirarme a los ojos. Lo demás todas sabían hacerlo más o menos bien.

A bueno y algo que debo declarar es que siempre me han gustado muchísimo las mujeres del prójimo, sobre todo si están casadas. Actualmente pierdo el resuello por Teresa, casada y con un hijo. Yo soy divorciado
                                       Kiko Cabanillas.


















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