Agustín Fernández Mallo me advertía
que es muy duro pasar otro otoño sin una mujer.
Hace ya más de dos años...
Pero Eva salvó mi vida monacal.
Trabaja en la misma ONG, en la que yo
soy voluntario.
Ama la literatura sin llegar a los
límites enfermizos en los que yo me muevo al respecto.
Me hizo recordar lo bien que oléis las
mujeres.
Mi duplex cobró vida.
Al segundo día ya se quedó a dormir.
Le llevo veinticinco años.
Pero preparo los mejores desayunos.
Muchos días se queda a comer
para lo cual voy al mercado de San
Agustín a comprar marisco y pescado blanco.
Eva trabaja en Madrid, pero pasa largas
temporadas en A Coruña.
Pero Ana, querida Ana, tenéis algo en
común:
Lunares en los mismos recónditos
lugares.
Tú me amaste y ella me ama.
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