5 de septiembre de 2016

-Yo fui una hoja.

Había llegado al monstruoso número de 130. Decidí por imperativo categórico ponerme a régimen.
No comería más que fruta o verdura al medio día y a la noche cenaría algo de carne a la plancha, pescado o huevos con muy poco aceite.
Los primeros días todo fue bien. Excepto que tuve que hacer verdaderos esfuerzos para no devorar los helados que había en la nevera.
Truco para no abandonar el régimen: No tener en casa dulces ni alimentos que engorden mucho. Claro que esto sólo es posible si vives sólo como yo como yo.
Así pues transcurrieron los diez primeros días, fecha en la cual ya había perdido tres kilos.
Así hasta hoy: Dos meses después, cuando ya serían doce kilos.
Y fue ayer cuando me convertí en hoja. Había hecho el esfuerzo de no cenar y prácticamente tampoco había comido. Con lo cual cuando me acosté me rugían las tripas.

Me desperté y me di la vuelta con excesiva facilidad. Mi tacto era sedoso y carecía de articulaciones. No lograba localizar mi cabeza. Encendí la luz: Y me vi: Era una hoja.
Mi función clorofílica estaba inactiva por carecer de sol, pero estaba fuerte y elástico.
Pensaba con claridad, aunque estaba un poco asustado por mi nuevo existir.

Al darme cuenta de que todo había sido un sueño: Me levanté y me dirigí a la cocina, donde me preparé una pizza cuatro quesos de la marca Casa Tarradellas, con cerveza Alhambra y de postre helado Häagen-Dazs. Seguiría a régimen, pero no tan bruscamente.
Había sido un aviso.
Cuando terminé mi tardía cena me serví una copa de Oporto, que tomé con unas galletas.

Si no fuera por esos derrapes mi alma perecería de inanición espiritual.
Y …”lástima que no tenía chocolate”.
                                Kiko Cabanillas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario