Había llegado al
monstruoso número de 130. Decidí por imperativo categórico ponerme
a régimen.
No comería más
que fruta o verdura al medio día y a la noche cenaría algo de carne
a la plancha, pescado o huevos con muy poco aceite.
Los primeros días
todo fue bien. Excepto que tuve que hacer verdaderos esfuerzos para
no devorar los helados que había en la nevera.
Truco para no
abandonar el régimen: No tener en casa dulces ni alimentos que
engorden mucho. Claro que esto sólo es posible si vives sólo como
yo como yo.
Así pues
transcurrieron los diez primeros días, fecha en la cual ya había
perdido tres kilos.
Así hasta hoy:
Dos meses después, cuando ya serían doce kilos.
Y fue ayer cuando
me convertí en hoja. Había hecho el esfuerzo de no cenar y
prácticamente tampoco había comido. Con lo cual cuando me acosté
me rugían las tripas.
Me desperté y me
di la vuelta con excesiva facilidad. Mi tacto era sedoso y carecía
de articulaciones. No lograba localizar mi cabeza. Encendí la luz: Y
me vi: Era una hoja.
Mi función
clorofílica estaba inactiva por carecer de sol, pero estaba fuerte y
elástico.
Pensaba con
claridad, aunque estaba un poco asustado por mi nuevo existir.
Al darme cuenta de
que todo había sido un sueño: Me levanté y me dirigí a la cocina,
donde me preparé una pizza cuatro quesos de la marca Casa
Tarradellas, con cerveza Alhambra y de postre helado Häagen-Dazs.
Seguiría a régimen, pero no tan bruscamente.
Había sido un
aviso.
Cuando terminé mi
tardía cena me serví una copa de Oporto, que tomé con unas
galletas.
Si no fuera por
esos derrapes mi alma perecería de inanición espiritual.
Y …”lástima
que no tenía chocolate”.
Kiko Cabanillas.
Kiko Cabanillas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario