Dieciocho años, austríaca. Habla
alemán e inglés. Un poco de español.
El primer día que acudió a clases de
español de Ecos do Sur lo hizo con una camiseta muy ligera y
vertiginósamente escotada.
Es muy educada y dulce.
Trabaja en Austria de canguro y estará
en España también cuidando niños hasta diciembre.
“Tiempo más que de sobra para que
aprendas español, para defenderte. Claro que tienes que estudiar”,
le dije yo, profesor de español para inmigrantes desde hace más de
veinte años.
Pero lo que más me cautiva de Cristina
son sus ojos: Azul agrisado.
Me intereso por mis alumnos. Les
pregunto por su vida en España. Les envío a la ONG Ecos do Sur para
que les encuentren trabajo y para que puedan ser tratados en los
diferentes hospitales.
En esto también me ayuda mi médico de
cabecera Pablo Vaamonde, quien ya ha tratado a algún inmigrante
irregular venido de mi mano.
Pero las que para colmo son tan guapas
como Cristina aturden mis sentidos. Y reconozco que las trato mucho
mejor que a las feas.
Recuerdo a una rusa que tuve: Rubia de
largo pelo y ojos azulísimos.
Aprendió muchísimo español conmigo,
pues cada vez que la veía caía poseído por el poder de su mirada y
me desvivía con ella.
Ya fuera de bromas: Trato a todos por
igual, guapos o feos. Pero lo cierto es que la belleza se agradece.
Y a algunas incluso he llegado a
pedirles matrimonio: “Ja, ja, ja...”, fue su respuesta
“¿Discrimino a las feas?”.
Sí, pero no hay feas. Cada cual tiene
su propia belleza. Sólo hay que saber buscarla.
Kiko Cabanillas.
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