16 de septiembre de 2016

-Cristina-

Dieciocho años, austríaca. Habla alemán e inglés. Un poco de español.
El primer día que acudió a clases de español de Ecos do Sur lo hizo con una camiseta muy ligera y vertiginósamente escotada.
Es muy educada y dulce.
Trabaja en Austria de canguro y estará en España también cuidando niños hasta diciembre.
“Tiempo más que de sobra para que aprendas español, para defenderte. Claro que tienes que estudiar”, le dije yo, profesor de español para inmigrantes desde hace más de veinte años.
Pero lo que más me cautiva de Cristina son sus ojos: Azul agrisado.
Me intereso por mis alumnos. Les pregunto por su vida en España. Les envío a la ONG Ecos do Sur para que les encuentren trabajo y para que puedan ser tratados en los diferentes hospitales.
En esto también me ayuda mi médico de cabecera Pablo Vaamonde, quien ya ha tratado a algún inmigrante irregular venido de mi mano.
Pero las que para colmo son tan guapas como Cristina aturden mis sentidos. Y reconozco que las trato mucho mejor que a las feas.
Recuerdo a una rusa que tuve: Rubia de largo pelo y ojos azulísimos.
Aprendió muchísimo español conmigo, pues cada vez que la veía caía poseído por el poder de su mirada y me desvivía con ella.
Ya fuera de bromas: Trato a todos por igual, guapos o feos. Pero lo cierto es que la belleza se agradece.
Y a algunas incluso he llegado a pedirles matrimonio: “Ja, ja, ja...”, fue su respuesta
“¿Discrimino a las feas?”.
Sí, pero no hay feas. Cada cual tiene su propia belleza. Sólo hay que saber buscarla.

                                    Kiko Cabanillas.

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