12 de septiembre de 2016

-Ellas-

Fue un sábado en el que yo estaba en casa de mi padre, en Santiago.
Estábamos en Hipercor, donde mi pater tiene a bien comprarme zapatos, ropa o cualquier otra necesidad. En este caso estaba comprando lápices, afilas y bolis.
En esto que escucho a mi izquierda: “Kiko”.
“Hola Sarai, te presento a mi padre. Ella es una compañera de Ecos do Sur -ONG-”.
Ante la última crisis económica, Sarai como muchas otras se quedó fuera.
Me contó que estaba trabajando en una ONG dedicada a los niños.
Y yo le dije a mi padre: Como puedes ver en la ONG son todas guapísimas”.
“Kiko no cambia”, dijo mi compi.
Pero mi preferida en Ecos do Sur era Keka. La pobre aguantó con estoicismo mi acoso.
Incluso la utilicé de protagonista en un libro.
“Al principio tenía gracia pero ya es pesado”, solía decir.
Pero yo no podía evitar mi permanente acoso laboral.
“Fué mi jefe”, le dijo Sarai a mi padre.
Y era un jefe babeante, por la belleza que destilaba el personal femenino, que era claramente mayoría.
El asunto no consiste en que sea un perro salido -que también- sino que me gusta trabajar mucho más con mujeres que con hombres. Me gustan más sus bromas, sus reflexiones, sus manías.
En un trabajo de contenido social la habitual sensibilidad femenina es oro.
Aparte yo detesto el comadreo macho alfa.
Soy feminista. Y lo único que me diferencia de ellas es sus apetencias sexuales: Soy hetero.
Y mucho.
Pongamos pues como broche final un deseo: Un mundo gobernado por las mujeres: Madres, solteras y abuelas. Sería el paraíso.
                              Kiko Cabanillas.

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