Fue un sábado en el que yo estaba en
casa de mi padre, en Santiago.
Estábamos en Hipercor, donde mi pater
tiene a bien comprarme zapatos, ropa o cualquier otra necesidad. En
este caso estaba comprando lápices, afilas y bolis.
En esto que escucho a mi izquierda:
“Kiko”.
“Hola Sarai, te presento a mi padre.
Ella es una compañera de Ecos do Sur -ONG-”.
Ante la última crisis económica,
Sarai como muchas otras se quedó fuera.
Me contó que estaba trabajando en una
ONG dedicada a los niños.
Y yo le dije a mi padre: Como puedes
ver en la ONG son todas guapísimas”.
“Kiko no cambia”, dijo mi compi.
Pero mi preferida en Ecos do Sur era
Keka. La pobre aguantó con estoicismo mi acoso.
Incluso la utilicé de protagonista en
un libro.
“Al principio tenía gracia pero ya
es pesado”, solía decir.
Pero yo no podía evitar mi permanente
acoso laboral.
“Fué mi jefe”, le dijo Sarai a mi
padre.
Y era un jefe babeante, por la belleza
que destilaba el personal femenino, que era claramente mayoría.
El asunto no consiste en que sea un
perro salido -que también- sino que me gusta trabajar mucho más con
mujeres que con hombres. Me gustan más sus bromas, sus reflexiones,
sus manías.
En un trabajo de contenido social la
habitual sensibilidad femenina es oro.
Aparte yo detesto el comadreo macho
alfa.
Soy feminista. Y lo único que me
diferencia de ellas es sus apetencias sexuales: Soy hetero.
Y mucho.
Pongamos pues como broche final un
deseo: Un mundo gobernado por las mujeres: Madres, solteras y
abuelas. Sería el paraíso.
Kiko Cabanillas.
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