Acababa de finalizar mi carrera de
Periodismo. Y antes de trabajar en un medio de comunicación quería
hacer un curso de escultura en Florencia.
Así fue como me dirigí por “mail”
a la Academia Leonardo da Vinci.
A Italia me encaminé cuando comenzó
el invierno.
Iría en mi recién estrenado “Dos
Caballos” amarillo -con pegatina de un pato-.
Allí fui muy bien recibido. Y en cosa
de un mes ya estaba trabajando con los maestros, quienes destacaban
constantemente mi arte en la materia.
Yo todas las mañanas antes de trabajar
me tomaba un café expreso y un croissant en el bar de la esquina. Y
allí en muchas ocasiones hacía mis bocetos a carboncillo, de prisa
y corriendo, pues los italianos parecen llevar siempre prisa en los
bares.
Siempre era el primero en llegar.
Así es que un día -como cualquier
otro- abrí la puerta y entonces oí: “Pasa, te estábamos
esperando”.
Si, si...
Era un busto de mármol quien hablaba.
Estupefacto, pedí explicaciones.
Y muerta de risa me respondió la
cabeza: “Sí tu has sido elegido para descubrir nuestro secreto”.
En ese momento el caballo alado cruzó
volando el estudio.
Al tiempo que un busto pedía el
desayuno, que le tenían que dar, pues sin extremidades no podía
alimentarse.
Y cuando ya había decidido salir del
taller para darme un paseo y tranquilizarme la madonna me dijo: “La
creación es vida”. “No hay de que asustarse”.
Kiko Cabanillas.
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