Llevaba dos meses a régimen y ya había
adelgazados doce kilos. Estaba en 116.
Entonces entré al cuarto de baño y
me miré al espejo: Debía estar soñando. Mi barriga había
desaparecido.
Para cerciorarme bajé al piso de abajo
y me subí a la báscula: Setenta y cinco. No podía ser. Debía
estar estropeada. Me duché y desayuné.
Y al tratar de vestirme comprobé que
todos los pantalones se me caían.
Me vestí con ropa deportiva y me fui a
mis clases de español para inmigrantes.
Allí estaba mi compañero Alfredo,
quien me dijo: “¿Tú debes ser el hermano de Kiko?.
“No, Alfredo soy Kiko”...
“Claro, es broma, soy su hermano.
Pero me ha pedido que de clases por él. No puede venir”.
Todo siguió esta dinámica durante
todo el día.
Pero no podía ser eternamente.
Así es que me fui a dormir con la
esperanza de que todo hubiese cambiado al despertarme.
Y así fue.
Cuando abrí los ojos enseguida noté
mi oronda barriga. De un torpe salto me incorporé y fuí ma
desayunar: Huevo pasado por agua, galletas y café.
Me duché con parsimonia disfrutando
con la caída del agua sobre mi barriga.
Y pronto comprendí.
Había sido una señal.
Ese día acabaría mi régimen.
Kiko Cabanillas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario