Acababa de
escribir. Y como siempre me dirigía al cuarto de mi hijo Santi
-Síndrome de Down- para ver como dormía en la litera de arriba.
Roncaba levemente o respiraba fuerte. Yo me sentaba en el “puff”
que hay a los pies de su cama.
Allí tirado
pensaba en relatos cortos que escribiría al día siguiente.
Y también reflexionaba sobre la capacidad para disfrutar de la vida que tiene Santi.
Un paseo por el
paseo marítimo, un helado. No pedía más para ser feliz.
Y en el cuarto de
al lado está mi hija Julia que, aunque me estropee el ordenador una
vez por semana, me tiene muy feliz por ser unas joven muy inteligente
y sensible. Estudiaba Derecho en Santiago. Pero pasaba los fines de
semana y las vacaciones conmigo.
¡Cómo pasa el
tiempo “Ju”!. Anteayer te daba paseos en tu carrito por el paseo
marítimo. Y ayer fuiste a votar conmigo para estrenar tu mayoría de
edad.
Pero a Julia no la
puedo molestar de noche porque no me perdonaría que interrumpa su
sueño.
Así es que bajo
al salón -vivo en un duplex- y leo poesía mientras me entra el
sueño.
Mi mujer duerme
desde las doce, o más tarde si se ha quedado a leer.
Cuando yo me
retiro a mi cama en ocasiones hablamos de literatura o de los hijos.
A veces también
le cuento el argumento de los relatos cortos que escribo. Y siempre
me hace una visión crítica de los mismos.
Ya cansado y
envuelto en el calor de la familia me duermo. Me despierto
inexorablemente a las siete de la mañana. Cuando escribo con la
mayor lucidez. Y procurando no hacer ruido.
Esta sería una
hermosa escena. Pero la verdad es que vivo sólo, pues mi mujer se ha
separado de mí y se ha llevado a los niños a Madrid. A mi me quedan
mis inmigrantes, mis libros y mi patológica imaginación.
Kiko Cabanillas.
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