Acabo de regresar
de la compostelana Lamas, de la casa de mi padre, donde vive con Maló
y Vento (ente canino).
Pasamos un
agradable fin de semana, que comenzó tras concluir mis clases de
gallego en mi casa.
Comimos una fabada
deliciosa, que había hecho la doméstica y cocinera, María.
Juan Marsé: “La
muchacha de las bragas de oro”, fue el libro que en esta ocasión
me llevé de la biblioteca paterna. Y que una vez leído pasará a
engrosar el cuerpo de los libros a devolver a mi padre. Yo también
le dejo ocasionalmente alguno: Luis García Montero, entre otros.
Sabias palabras de
mi padre después de leer mi blog literario: Debes seguir escribiendo
para ti y los tuyos. Olvídate de publicar: Son tan pocos.
“Cada uno hace
lo que puede. Y no tiene nada de malo escribir para uno mismo: A ti
te ha ayudado mucho”, añadió.
Otra grata
conversación versó sobre la amistad y el amor. Y partió de las
premisa mía de que en política no se hacen amigos.
A lo que el me
contestó que ciertamente la política es el colmo de la
superficialidad, pero que el mundo continúa en la esfera personal.
“Para publicar necesito un padrino del mundo editorial y no lo
tengo”, aseveré yo.
Mi padre acaba de
cumplir ochenta años. Y la sabiduría de los que han recorrido un
largo camino está impresa en él.
Vienen a su mente
recuerdos como el de aquél periódico de Pontevedra en el que
escribió su primer artículo. O los saberes constantes de la
editorial Losada y su estancia en la Argentina de donde se trajo
innumerables libros de Neruda.
Dimos, como todos
los fines de semana que voy a verle, un agradable paseo por los
caminos y corredoiras de las proximidades. En ellos se para mi padre
a hablar (en gallego) con los paisanos vecinos. Y cada cual tiene su
historia.
Ya en casa llamo a
mi pater familia para informarle de que he llegado bien. Y me
dispongo a escribir.
Kiko Cabanillas.
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