Dos multas que
ascienden a un total de 190 euros. Provenientes de Madrid.
Eso es todo lo que
tengo de mi mujer, que además se enfada muchísimo cuando se lo
digo.
Y yo a pagar y a
callar.
Pues no. Quiero la
separación legal de una puta vez.
Y creo que le
pediré a mi padre que hable con Don José, mi suegro, para ver si a
él le hace caso.
Dinero. A eso se
reduce toda separación. Especialmente doloroso en mi caso porque mi
mujer no tiene trabajo ni pecunio.
El caballero de la
triste figura se pasea por sus resquemores y el amor se va
convirtiendo en odio y desprecio.
No. Es la madre de
mis hijos. No puedo pensar así.
Pero es que en
este trance no puedo pensar de otro modo.
Mi vida se haya
completa a nivel laboral entre la ONG “Ayudando” y mi labor
llevando el Facebook en el centro comercial “Suspiros”. Debería
ser feliz. Pero no. Hay una persona con la que me casé hace más de
veinte años que se empeña en lo contrario.
Le envío media
pensión todos los meses y encima tengo que aguantar que es su padre
el que mantiene a mis hijos.
Deteriorada
relación, que está a punto de entrar en la exclusiva intención de
causar daño sin más.
Pediré consejo a
mi hermano Javier, que es de una eficacia y un pragmatismo asombroso.
Usaré, si se
deja, a la fuente de autoridad que posee mi padre.
Y le pediré a mi
hermano Chemi que le rompa una pierna a mi ex.
Bueno que no es mi
ex. Quien me diera.
Yo siempre fui
favorable del matrimonio civil, e incluso de las parejas de hecho.
Pero accedí por la familia. Fue un error.
Y ahora a ver como
acaba la historia. Os contaré...
Kiko Cabanillas.
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