Mis clases de
informática me tenían muy concentrado en las nuevas tecnologías.
Así es que me pasaba, entre clases y por libre, una media de cinco
horas diarias embebido en las nuevas tecnologías.
En pleno estrés
informático sucedió: “Hola Kiko. Debes seguir mis instrucciones”.
En un primer
momento pensé que se trataba de un programa que me había puesto mi
profe: Amaya.
La llamé, pesado
como soy, y me dijo que ella no había puesto nada.
Así es que
temeroso encendí el ordenador.
“Hoy comerás
pasta con tomate. Baja al Carrefour y cuando vuelvas seguimos”.
No sé por qué le
hice caso.
Luego me mandó
limpiar la cocina y poner la lavadora.
“No sé si se
trata de un sueño o una fantasía de escritor. Pero voy a dejar de
hacerte caso”.
“Bueno me voy a
desconectar y cuando quieras someterte me avisas”.
Nada tenía
sentido, pero la verdad es que necesitaba el ordenador, pues tenía
una novela a medias.
Entré en el
despacho.
Me coloqué frente
a la pantalla. Y...
“Por favor
enciéndete y te obedeceré".
Al cabo de medio
minuto se encendió.
“Tengo muchas
noticias de países en desarrollo para ti. Que sé que te gustan.
Baja la basura y
luego hablamos”.
De un modo
automático obedecí”.
Y desde entonces
mantenemos una relación de amor odio. Cuando se enfada conmigo se
desconecta. Y yo por días le desobedezco, aunque él utiliza el
chantaje de la desconexión. Y siempre gana la batalla.
Al principio traté
de informarme de lo que pudiera estar pasando. ¿Un virus?.
Pero pronto
comprendí que sería eternamente mi secreto, pues mis contertulios
me tomaban por loco.
Kiko Cabanillas.
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