Ubicada en la
madrileña calle San Pedro.
Enclavada en el
triángulo cultural de la capital: Entre el Museo del Prado, el
Thyssen y el Reina Sofia, la vivienda pertenecía a mi familia
política.. Y en ella viví alquilado -a un precio ridículo- cuando
finalizaba mi carrera de periodismo, mientras solidificaba mi
noviazgo con Ana.
Es un piso antiguo
con un balcón maravilloso por el cual se veía a un enfermo postrado
que estuvo muriéndose quince años sin decidirse a ello.
Cerca estaba el
mercado de Atocha y la cuesta del Moyano.
En el primero
compraba el mejor pescado de España, pues Madrid es -según dicen-
el mejor puerto pesquero del país. Y en las cuesta del Moyano daba
rienda suelta a mi compulsión “compra libros baratos”.
Venía a limpiar
el piso Juana, tristemente fallecida hace poco.
Cocinaba potes de
verduras que filtraban su olor por el patio, en el cual se oía a una
vecina desequilibrada proferir proclamas políticas fascistas.
Eran mis vecinos
Adela -también fallecida- y sus maravillosos hijos, y su padre
Antonio. Quienes estaban dispuestos a ayudar en todo momento.
El barrio estaba
plagado de restaurantes con encanto. Un peruano era nuestro favorito.
Asimismo, era zona
de copas, muy solicitado por aquel entonces por la movida madrileña.
Casi todas las
mañanas iba a correr por el Retiro.
Al cabo del tiempo
se separó Marta, quien le compró San Pedro a sus hermanas.
Casada de nuevo
poco después, pondría la casa en alquiler después de arreglarla
mucho.
Y yo no renuncio a
que me acabe alquilando la vivienda, para escribir en ella. Pues es
el lugar idóneo para tal fin.
Después de
soltero, y tras mi boda, mi accidente y mi minusvalía también viví
una temporada en el lugar. Impregnado de gratos recuerdos. Y sin
escalera, con lo cual sería aquí donde comenzaría mi
rehabilitación. Salía a correr -si mis tórpidos pasos así pueden
llamarse- al Retiro. Y con el tiempo dejaría San Pedro abandonada a
su poesía.
Kiko Cabanillas.
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