10 de mayo de 2016

Mi entierro en Santa Comba.

Regresando de mi viaje de novios a Santa Uxía de Ribeira, donde trabajaba de redactor en La Voz de Galicia, sufrí un accidente al impactar mi coche contra un camión que había perdido el control e invadió mi carril.
Fui ingresado en el hospital de León. En estado de Coma y así permanecí durante veinte días.
Al llegar al mes de hospitalización fallecí.
El entierro sería en Santa Comba, en el pabellón familiar.
A mi casa de Ribeira se trasladarían mis primos Vicky y Enrique.

El acto estuvo oficiado por Sor Elvira: Monja de Cáritas con la que yo empecé a trabajar con inmigrantes.
Era un día tormentoso aquél en el que me iban a dar sepultura.
El oficio comenzó y en el se presentó mi primo Enrique claramente bebido.
Yo lo veía todo como desde arriba.
“Enrique ¿una copita de aguardiente?”, le pregunté.
Mi primo contestó sin saber exactamente a quien estaba hablando.
“Venga ese ajuardente”.
Trasladándose a una tasca de aldea, yo le seguí y el ordenó: Dos copas de aguardiente.

Yo cogí mi copa y la vacié de un trago.

“Pues bien Kikón, te voy a contar: Todas las religiones son una misma. Las diferencias se deben a las diversidades socioculturales. Pero el espíritu es único”, le dije.
“Claro que hay vida después de la muerte, pero no existen el cielo y el infierno”, señalé.

“Eso me temía”, dijo Kikón al tiempo que pedía más aguardiente.
                                   Kiko Cabanillas.

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