Regresando de mi
viaje de novios a Santa Uxía de Ribeira, donde trabajaba de redactor
en La Voz de Galicia, sufrí un accidente al impactar mi coche contra
un camión que había perdido el control e invadió mi carril.
Fui ingresado en
el hospital de León. En estado de Coma y así permanecí durante
veinte días.
Al llegar al mes
de hospitalización fallecí.
El entierro sería
en Santa Comba, en el pabellón familiar.
A mi casa de
Ribeira se trasladarían mis primos Vicky y Enrique.
El acto estuvo
oficiado por Sor Elvira: Monja de Cáritas con la que yo empecé a
trabajar con inmigrantes.
Era un día
tormentoso aquél en el que me iban a dar sepultura.
El oficio comenzó
y en el se presentó mi primo Enrique claramente bebido.
Yo lo veía todo
como desde arriba.
“Enrique ¿una
copita de aguardiente?”, le pregunté.
Mi primo contestó
sin saber exactamente a quien estaba hablando.
“Venga ese
ajuardente”.
Trasladándose a
una tasca de aldea, yo le seguí y el ordenó: Dos copas de
aguardiente.
Yo cogí mi copa y
la vacié de un trago.
“Pues bien
Kikón, te voy a contar: Todas las religiones son una misma. Las
diferencias se deben a las diversidades socioculturales. Pero el
espíritu es único”, le dije.
“Claro que hay
vida después de la muerte, pero no existen el cielo y el infierno”,
señalé.
“Eso me temía”,
dijo Kikón al tiempo que pedía más aguardiente.
Kiko Cabanillas.
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