Como todos los meses me disponía a
coger un tren en A Coruña para ir a ver a mi separada familia a
Madrid. Ya billete en mano, esperaba que lo anunciasen, aunque ya el
cartel luminoso lo indicaba.
Y justo cuando lo anunciaron yo me
dirigí a la entrada, con una puerta de plástico que se abría al
pasar por un lector el billete
Reconozco que no soy muy hábil en lo
de los lectores electrónicos, así es que pasé el billete con
cierto temor...”Hola Kiko, cómete un sandwich de queso que no has
almorzado”, dijo el duende del lector.
Pasmado me quedé y miré alrededor. La
gente se limitó a mirar cómo retiraba el bocadillo.
Y yo alucinado al ver cómo la máquina
sabía mi nombre, pero sobre todo al observar que la gente no estaba
sorprendida del suceso.
Así es que con toda normalidad me
dispuse a comer el sadwich y a dirigirme al vagón que me
correspondía.
“Las nuevas tecnologías...”,
señaló un pasajero al que le conté lo sucedido.
El tren arrancó y cuando estábamos en
León hubo un brusco frenazo y un paisano cargado de cajas de
hojaldres entró en el vagón y dijo: “Mantecados de Astorga”.
Yo recordaba que esto era lo habitual
en el tren antes, pero hacía unos cuantos años que no lo veía.
“Bueno es que lo he pedido yo por el
móvil”, dijo mi vecino.
“No puedo pasar por aquí sin dejar
de comer unos cuantos”.
El revisor vino todo irritado y le dijo
al goloso pasajero que le iba a retirar el móvil: Qué se ha creído
usted, tendremos veinte minutos de retraso”.
Yo sin poder evitarlo hacia tiempo que
me había puesto a escribir. Y es que estos sucedidos tenían mucha
poesía.
Llegué a Madrid y le conté a mi mujer
los percances sucedidos. Ella se limitó a contestarme: “Ciertamente
te sienta muy mal escribir”.
Pero yo os prometo y juro que todo esto
sucedió tal como yo he redactado.
O así lo creo. Porque ciertamente los
meteóricos viajes en tren de hoy en día son insulsos y aburridos. Y
sobre todo ya no venden mantecados de Astorga.
Kiko Cabanillas.
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