12 de febrero de 2016

-El tren que alimentaba.

Como todos los meses me disponía a coger un tren en A Coruña para ir a ver a mi separada familia a Madrid. Ya billete en mano, esperaba que lo anunciasen, aunque ya el cartel luminoso lo indicaba.
Y justo cuando lo anunciaron yo me dirigí a la entrada, con una puerta de plástico que se abría al pasar por un lector el billete
Reconozco que no soy muy hábil en lo de los lectores electrónicos, así es que pasé el billete con cierto temor...”Hola Kiko, cómete un sandwich de queso que no has almorzado”, dijo el duende del lector.
Pasmado me quedé y miré alrededor. La gente se limitó a mirar cómo retiraba el bocadillo.
Y yo alucinado al ver cómo la máquina sabía mi nombre, pero sobre todo al observar que la gente no estaba sorprendida del suceso.
Así es que con toda normalidad me dispuse a comer el sadwich y a dirigirme al vagón que me correspondía.
“Las nuevas tecnologías...”, señaló un pasajero al que le conté lo sucedido.
El tren arrancó y cuando estábamos en León hubo un brusco frenazo y un paisano cargado de cajas de hojaldres entró en el vagón y dijo: “Mantecados de Astorga”.
Yo recordaba que esto era lo habitual en el tren antes, pero hacía unos cuantos años que no lo veía.
“Bueno es que lo he pedido yo por el móvil”, dijo mi vecino.
“No puedo pasar por aquí sin dejar de comer unos cuantos”.
El revisor vino todo irritado y le dijo al goloso pasajero que le iba a retirar el móvil: Qué se ha creído usted, tendremos veinte minutos de retraso”.
Yo sin poder evitarlo hacia tiempo que me había puesto a escribir. Y es que estos sucedidos tenían mucha poesía.
Llegué a Madrid y le conté a mi mujer los percances sucedidos. Ella se limitó a contestarme: “Ciertamente te sienta muy mal escribir”.
Pero yo os prometo y juro que todo esto sucedió tal como yo he redactado.
O así lo creo. Porque ciertamente los meteóricos viajes en tren de hoy en día son insulsos y aburridos. Y sobre todo ya no venden mantecados de Astorga.
                                Kiko Cabanillas.

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