Todo comenzó el día en empecé a
comprar mi botella de “JB” en el “Carrefour”, básicamente
porque no podía mantener el gasto de copas de güisqui sueltas en el
bar de Modesto.
Y digo que comenzó porque pasé de
consumir dos o tres copas de güisquis a la semana a una botella o
dos por semana. Dependiendo de si escribía poesía (dos) o narrativa
(una).
El caso es que al poco tiempo estaba
absolutamente enganchado a un nuevo hábito. Además, no por ello
dejaba de beber en la calle: Pues no había renunciado por completo a
mis copas con Modesto.
Y el tiempo corría en mi contra.
Alguna semana llegaba incluso a tres botellass, copas sueltas aparte.
Es muy típico lo del escritor que
bebe, pero en ello caí sin poder evitarlo.
Pronto abandoné todas mis ocupaciones:
Trabajo en la ONG, clases en la Senior, así como las clases de
español a inmigrantes.
Comencé a descuidarme en el vestir. Y
en el bar de vinos próximo a Modesto hice nuevas amistades, de
borrachos como yo.
Fue mi padre el primero que se dio
cuenta. Y me propuso acudir a “Alcohólicos anónimos”.
Hice un par de amagos de dejarlo,
pero...Si no bebía no escribía. Y retorné.
Lo que no abandoné fueron mis clases
de Filosofía, en especial las dedicadas al “Malditismo de Rimbaud”
en la Bilioteca Municipal de Los Rosales. Por el sencillo motivo de
que allí podía justificar intelectualmente mi clara enfermedad.
Pero nada era justificable.
Empecé a publicar. Y a viajar para las
presentaciones de mis libros de poesía.
Y en este ámbito como que estaba
justificado que bebiese. Todos lo hacían.
Pero cuando ya gozaba de reconocimiento
y vendía todos mis libros no por ello dejé de comprar botellas de
JB en el Centro Comercial Los Rosales.
Kiko Cabanillas
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