Vivía en la localidad coruñesa de
Muros, con su mujer y sus dos hijas. Era marinero.
Aquella madrugada le pidió su mujer
que no saliese a la mar, pues hacía un tiempo condenadamente malo.
“Tendré cuidado”, le respondió Jamardo a Eloisa.
Así es que ya con las nasas partió a
la pesca de bajura aquél maldito lunes.
El tiempo empeoró y su mujer aterrada
pronto sospechó que algo ocurría.
Jamardo no regresó. Ni de la
embarcación ni del cuerpo de Jamardo había pistas.
El pueblo se volcó con la mujer y las
niñas.
Y la villa marinera sumaba uno más a
su repertorio de desaparecidos.
Fueron pasando los días y los meses y
los años.
Entonces, a los cuatro años de la
muerte de Jamardo, un día que su hija Concha iba practicando winsurf
vio una embarcación que se parecía horrores a “Gaivota”: El
barco de su padre difunto.
Navegó hasta él. Y cuando llegó
cerca pudo apreciar el tremendo parecido de aquel marinero con su
ascendente.
“Bos días rapaza cómo che vai”,
dijo Jamardo.
Del susto Concha dejo caer la vela y
perdió el equilibrio.
Y al volver a ponerse en pié el barco
de Jamardo ya no estaba.
Nunca supo si había sido una
alucinación o un sueño, pero desde ese día supo con certeza que la
vida de Jamardo seguía adelante, aunque de alguna otra forma.
Concha le había contado lo sucedido a
Xurxo, el patrón mayor de la cofradía, quien no se extrañó del
suceso y dijo que conocía más casos.
Así es que un día partió con su
madre en una “zodia” aconsejada por Xurxo en busca del fantasma
del marinero.
Y nadie supo lo que les ocurrió ese
día pero desde entonces madre e hija perdieron el habla y vivían en
absoluta soledad. Sólo se tenían la una a la otra. Ni siquiera
Tere, la hermana menor, pudo saber lo que aquél fatídico día les
había sucedido.
Sin embargo, no es “fatídico” la
palabra adecuada porque aunque solas conservaban entre ellas una
cierta felicidad. Y para siempre la foto de su padre en un colgante
al cuello.
Kiko Cabanillas.
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