Ahmad es alumno mío de español en la
ONG Ecos do Sur. Viene de Siria.
Dice que no se entera de lo que pasa
por los medios de comunicación.
“Despliegue informativo por una bomba
que cae en El Cairo y en mi país caen bombas todos los días, de los
rusos, de los turcos y de los americanos...”.
“Yo soy de Raquam -el bastión del
Isis- y no puedo sabe si veré a mi madre otra vez”.
Estos días Hamed me dijo que estaba
enfermo y que no podía venir a clase. Pero en la clase que imparte
los miércoles de árabe me enteré de que lo que está es muy
deprimido con la situación bélica de su país.
Tiene una novia española: Leti, quien
le ayuda a sobrellevar la tensión.
Le animé a que siga asistiendo a clase
pero me dijo que los problemas seguirán en su cabeza allí donde
esté.
Le insistí prometiéndole un beso de
mi alumna austríaca Cristina.
Lleno de confusión y secándose las
lágrimas que afloraron a su rodtro dijó: “I´ll see”.
Y es que no podemos ni imaginarnos que
nuestros padres, hermanos y amigos estén en riesgo de morir
bombardeados.
Y es que no logro discernir cómo es
posible que en pleno siglo XXI hayamos podido dar paso a la más
primitiva de las guerras.
Empresas armamentísticas, intereses
políticos en la región, el cóctel molotov de religión y política.
Hay guerras que interesan a grupos
influyentes como aquellos que luchan por el acceso al gas en Siria.
Y mientras mueren mujeres y niños. Y
los occidentales nos lo explicamos todo por el fanatismo religioso.
¡Qué incompleto es el hombre!.
Kiko Cabanillas.
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