Mi alumno de español la ONG con Ecos
do Sur, Ahmad -de Siria-, imparte un curso de árabe en la coruñesa
Estrecha de San Andrés, en el bar Waikiki, al que asistimos unos
diez o doce alumnos.
Pasábamos el turno hablando cada uno
un poco y yo aproveché para decir -en árabe- que amo la cultura
árabe y a sus mujeres, que se ven sometidas al más aberrante
machismo.
Mi profe Ahmad, de quien soy yo
habitualmente profe de español, me dijo, ante mis intentos de hablar
su lengua, que no dejaba nunca de sorprenderle. Y que estaba de
acuerdo en mi rechazo hacia el hombre árabe.
Y yo feliz como un niño con zapatos
nuevos.
Cadencia y pronunciación que hacen de
este idioma una lengua sumamente poética.
Ahora, según acabe de escribir me
dirigiré al bar jawaiano en el que me esperan mis compañeros.
Sensualidad, reserva, femineidad...
Adoro a la mujer árabe.
Y ante mis constantes halagos una de
ellas me dijo que era muy “Jamil” y que tenía unos ojos
preciosos.
Previamente yo me había dirigido a una
compañera llamándola “Yamila”, a lo cual observó mi profe que
aprendo muy rápido.
Ya en casa y a la espera de asistir a
otra clase a las 20.30 horas una aguardiente blanca sosiega mi
espíriru y me abre las puertas de un mundo espiritual inigualable,
conformado por mis amigos árabes.
Ya cuando fui a Marruecos caí
enamorado de este pueblo, y en especial de sus mujeres. Cuyos
esfuerzos de integración en España y Galicia como sociedad de
acogida me llenan de satisfacción.
Como experiencia al respecto tengo el
haber compartido un Ramadán con una tribu bereber en el desierto del
Sáhara, con mi actual ex-mujer Ana.
Si bien es cierto que devoré una barra
de lomo que llevaba en la mochila y Alá me castigó con una terrible
diarrea que me llevó cagando por todas las dunas de el lugar.
En fin que iré de nuevo a mi clase y
procuraré que el aguardiente no hable por mi. Y que bajo su influjo
le haga promesas de amor eterno a diez o doce rostros tiznados de
carbón.
Kiko Cabanillas.
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