Ya me había pasado más veces.
Pero nunca con tamaña intensidad.
No podía permanecer sentado mucho
tiempo.
Y un dolor intenso me atenazaba los
riñones.
Tenía ya cincuenta años. Y los males
propios de la edad.
Pero entonces me concentré en el
dolor. Y éste fue desapareciendo paulatinamente.
Para dar paso al todopoderoso espíritu.
Recompuse mi postura.
“Underwood”.
E inicié el relato que me había
pedido una mujer desesperada.
A la que acababa de dejar su novio.
Era delicada y sensible.
Sólo comenzar su relato la convertí
en una princesa.
De belleza sin igual.
Y al novio en un guerrero basto e
insensible.
Le pregunté si no le gustaban las
mujeres, ante la perpectiva de estar ante una lesbiana.
¿Y cómo sabes tu eso?.
“Intuición”, respondí.
“Pues hija te voy a dar un consejo
-así terminaba mi relato- vete con la mujer amada y no pienses más
en ese ser rudo que te ha robado los mejores años de tu juventud”.
“Gracias a Dios que le fuiste infiel
con tu compañera”. “Prosigue”.
Agradecidísima se mostró Rosa, quien
fue de inmediato a enseñarle el escrito a su amante.
Y al año siguiente paseaban por los
jardines de A Coruña un bebé que habían adoptado entre las dos,
una vez se habían casado.
Para mi éste fue un ejemplo del poder
de la Poesía.
Que añade alma a aquellas situaciones
que carecen de ella.
Y el alma, estadio superior del ser
humano es la encargada de resolver.
Y quien se acordaba ya de mi lumbalgia.
El dolor no había desaparecido
simplemente se había trasformado.
Pasé una mañana muy fructífera:
Escribí a una doméstica, a la cual no cobré; a un ejecutivo
agresivo, al que cobré una cifra desproporcionada. Y a una pareja de
jóvenes.
Y en todos esos casos me sentí
liberador y poeta.
¿No es pues la Poesía un cachito de
Alma?
Kiko Cabanillas.
Kiko Cabanillas.
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