Yo era un
iconoclasta joven y lleno de aspiraciones.
Trabajaba con el
colectivo inmigrante desde hacía más de veinte años.
Ejercía de
periodista y fotógrafo en la empresa familiar.
Amaba el cine y la
literatura. Daba rendida cuenta de ella en una biblioteca municipal.
A veces soñaba a
primera hora de la mañana justo antes de despertarme, como hoy.
Estaba casado y
tenía dos hijos, aunque mi matrimonio fracasó y me iba a separar.
Y un buen día, ya
recuperado de mi discaspacidad en un grado más que aceptable, decidí
viajar a Siria. A Alepo. Fuí como “free-lance”.
Escribí crónicas
en primera línea de fuego.
Y las publiqué en
el País.
En poco tiempo me
hice insustituible en la ciudad.
Trabajaba también
a tiempo parcial con la Cruz Roja.
Embajadas,
consulados y edificio gubernamental eran mi casa.
Pasado un año
regresé a España.
Mi mujer estaba
dispuesta a reiniciar nuestra vida en común...
Me recibieron en
el País como a un héoe.
Me emocioné como
un niño al volver a ver a mis hijos. En especial a Santi y su
maravilloso síndrome de Down.
Pero ya era un
corresponsal de guerra. Echaba de menos el ruido de las bombas y el
fuego cruzado.
Había sido un
sueño maravilloso. Pero...
Tenía
dificultades en distinguir el sueño de la realidad.
Pero claramente
ahora que ya estaba despierto podía decir sin ningún género de
dudas que ésta era la más cruda de las realidades. Efectivamente
era enviado de guerra en Siria.
Kiko Cabanillas.
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