2 de agosto de 2016

Y ya ves, que era verdad.

Yo era un iconoclasta joven y lleno de aspiraciones.
Trabajaba con el colectivo inmigrante desde hacía más de veinte años.
Ejercía de periodista y fotógrafo en la empresa familiar.
Amaba el cine y la literatura. Daba rendida cuenta de ella en una biblioteca municipal.
A veces soñaba a primera hora de la mañana justo antes de despertarme, como hoy.
Estaba casado y tenía dos hijos, aunque mi matrimonio fracasó y me iba a separar.
Y un buen día, ya recuperado de mi discaspacidad en un grado más que aceptable, decidí viajar a Siria. A Alepo. Fuí como “free-lance”.
Escribí crónicas en primera línea de fuego.
Y las publiqué en el País.
En poco tiempo me hice insustituible en la ciudad.
Trabajaba también a tiempo parcial con la Cruz Roja.
Embajadas, consulados y edificio gubernamental eran mi casa.
Pasado un año regresé a España.
Mi mujer estaba dispuesta a reiniciar nuestra vida en común...
Me recibieron en el País como a un héoe.
Me emocioné como un niño al volver a ver a mis hijos. En especial a Santi y su maravilloso síndrome de Down.
Pero ya era un corresponsal de guerra. Echaba de menos el ruido de las bombas y el fuego cruzado.


Había sido un sueño maravilloso. Pero...
Tenía dificultades en distinguir el sueño de la realidad.
Pero claramente ahora que ya estaba despierto podía decir sin ningún género de dudas que ésta era la más cruda de las realidades. Efectivamente era enviado de guerra en Siria.
                                   Kiko Cabanillas.

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