Si, efectivamente,
había matado a una persona. Pero nadie se enteró.
Él me intentó
atracar en un callejón, forcejeamos y acabé clavándole su propia
navaja.
Si no fuera por lo
que hice después lo declararía.
El caso es que
tras el primer navajazo, mi atacante cayó al suelo y permaneció con
la mano en el estómago, donde le había herido. Me abalancé sobre
él y continué apuñalándole dos, tres...
Cuando ya no se
movía me aseguré de que había muerto cortándole la yugular.
Limpié el arma
homicida y tras limpiar todos los rastros me fui a casa.
Pasó el tiempo y
todo volvía a la normalidad.
Pero un día en
que estaba escribiendo en mi ordenador, de repente: Un punto negro
atrapó mi atención. Estaba en el horizonte y tras concentrarme en
el vi la figura de Andrés -así se llamaba-. Y me vi a mi mismo
cortándole y apuñalándole.
Pasó la
figuración. Y entonces al cabo de una semana, estaba yo haciendo el
amor con mi pareja. Y de repente: El maldito punto.
“Qué te pasa
cariño”, me preguntó Elisa.
El proceso se
repitió en numerosas ocasiones. Cada vez con mayor frecuencia.
El maldito punto
me acosaba.
Y yo sabía que
para deshacerme de él sólo había una solución.
Así es que
atormentado por la fatídica visión decidí declarar que había dado
muerte a Andrés en un callejón sin salida.
La policía, el
tribunal, el juicio...
Y ya en mi celda
pude descansar tranquilo sin el tormento del punto que me
atormentase.
Ese punto se
llamaba conciencia.
Kiko Cabanillas.
Kiko Cabanillas.
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