26 de agosto de 2016

-Maldito punto-

Si, efectivamente, había matado a una persona. Pero nadie se enteró.
Él me intentó atracar en un callejón, forcejeamos y acabé clavándole su propia navaja.
Si no fuera por lo que hice después lo declararía.
El caso es que tras el primer navajazo, mi atacante cayó al suelo y permaneció con la mano en el estómago, donde le había herido. Me abalancé sobre él y continué apuñalándole dos, tres...
Cuando ya no se movía me aseguré de que había muerto cortándole la yugular.
Limpié el arma homicida y tras limpiar todos los rastros me fui a casa.
Pasó el tiempo y todo volvía a la normalidad.
Pero un día en que estaba escribiendo en mi ordenador, de repente: Un punto negro atrapó mi atención. Estaba en el horizonte y tras concentrarme en el vi la figura de Andrés -así se llamaba-. Y me vi a mi mismo cortándole y apuñalándole.
Pasó la figuración. Y entonces al cabo de una semana, estaba yo haciendo el amor con mi pareja. Y de repente: El maldito punto.
“Qué te pasa cariño”, me preguntó Elisa.
El proceso se repitió en numerosas ocasiones. Cada vez con mayor frecuencia.
El maldito punto me acosaba.
Y yo sabía que para deshacerme de él sólo había una solución.
Así es que atormentado por la fatídica visión decidí declarar que había dado muerte a Andrés en un callejón sin salida.
La policía, el tribunal, el juicio...
Y ya en mi celda pude descansar tranquilo sin el tormento del punto que me atormentase.
Ese punto se llamaba conciencia.
                         Kiko Cabanillas.

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