Jamás le volvió a poner la mano
encima, hasta que comenzó a beber.
El paro había amargado su existencia y
comenzó a beber casi a diario.
Cuando regresaba a casa bebido la
tomaba con su mujer. Pronto comenzó a pegarla, incluso con el puño
cerrado.
No había manera de disimular los
moratones. “Algo de culpa tendré yo”, se decía Elvira.
A los vecinos o conocidos cuando
preguntaban les decía que se había caído, pero no colaba.
“¿Donde está mi zorrita
preferida?”, fue lo último que escucho antes de recibir un directo
a la cara seguido de varias patadas en el vientre.
Ya tocó fondo. Y Elvira se lo contó a
se amiga Catalina. Ésta le sugirió que lo denunciase.
Y, aún con muchas dudas, fue lo que
hizo.
Pero cuando José supo que le había
denunciado, fue cuando empezó el verdadero suplicio.
Ingresó dos veces en el hospital. Y en
otra ocasión le rompió un brazo.
Le había sugerido en repetidas
ocasiones que fuese a un psicólogo, pero obtuvo la callada por
respuesta.
Finalmente, después de sufrir durante
un año los malos tratos. Y teniendo a su hija de tres años por
testigo..Cogió a la menor y se fué a casa de Catalina.
José la llamaba por teléfono y al
telefonillo para insultarla y ordenarle que regresase a casa.
Y un día nublado tras insultarle por
el interfono, cojió una barra de hierro y decidida se fué en su
búsqueda.
Le golpeó con saña una y otra vez. En
la cabeza sobre todo. Él de lo borracho que estaba no se pudo
defender. Falleció.
Con el atenuante de haber sufrido malos
tratos, Elvira fue condenada a tres años de cárcel.
Pero las reclusas le hicieron la
estancia realmente grata, pues se conocía su caso y se la respetaba
mucho.
Finalmente, cuando hubo cumplido
condena, salió a la calle, encontró trabajo y recogió a su hija
que había quedado a vivir con Catalina.
Catalina y ella iniciaron una relación
lésbica y fueron con la menor una familia realmente felíz.
Kiko Cabanillas.
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