Había ido a pasar
el domingo a casa de mi padre en Lamas.
Mi ex-mujer y mis
dos hijos me acompañaban a la villa compostelana.
Llegamos y nos
recibió el abuelo con muy buenos modos pero con un gesto torcido,
que evidenciaba que no era su mejor día.
Comimos un
delicioso pollo de corral preparado por Maló, la mujer de mi padre.
Y al terminar
hablamos de política. Mi padre, después de mi intervención, y
claramente molesto con lo que yo había dicho, me dijo, en tono
agresivo. “Tienes que escuchar más. Atiende a lo que te digo...”.
Me pareció el
colmo de la petulancia, pero callé y oí un discurso político de
una persona que retuvo la oratoria de cuando fue político.
Acabada la jornada
en Lamas, según caía el sol, nuestro coche se dirigía de vuelta a
nuestra casa coruñesa. Yo iba obsesionado por ese “Tienes que
escuchar más”.
En casa bañamos a
Santi, cenamos poco -fruta- y nos acostamos.
A la mañana
siguiente fui el primero en despertar. Me notaba raro. No podía
mover los brazos ni las piernas. Y oía todos los pequeños ruidos
con nitidez.
Mi ex-mujer se
levantó y bajó a desayunar con Julia y Santi.
Yo podía oir la
conversación que mantenían en la cocina con absoluta nitidez.
Pero que diablos
soy...
Conseguí darme la
vuelta pero sin poder evitarlo me caí al suelo. El ruido atrajo a mi
mujer al cuarto. Y al entrar: ¡Ohhh. Arjjjj!. Y calló mareada.
Se recuperó
rápidamente y dijo: Pero Kiko ¿qué te ha pasado?. Eres una oreja.
Después me vieron
los niños. Santi se rió mucho.
Yo no podía
comunicarme con ellos porque no podía hablar. Ana llamó de
inmediato a su cuñado y a su hermana médicos. Juntos decidieron que
debían trasladarme al Chuac, donde compartí habitación con un
viejecito encantador.
Y justo cuando
entraba en mi cuarto el médico jefe de planta...Me desperté de la
mano de Kafka y Gogol, a quienes había estado leyendo ayer hasta
tarde y por los que me había visto sumido en esta atroz pesadilla.
Kiko Cabanillas.
Kiko Cabanillas.
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