Yo era uno de los ladrones que murió
crucificado junto a Jesucristo.
El dolor era tan intenso que ya ni se
sentía.
Procuraba moverme pero resultaba
imposible.
Mis manos se desgarraban y mis pies
estaban inertes e insensibles.
Tampoco había yo robado tanto como
para sufrir este tormento.
¿En buena hora se me ocurriría
sustraer aquella...?.
De nuevo ese maldito sueño.
Sin duda debería mejorar mis
relaciones laborales.
Era ya la quinta vez que acudía al
psicólogo y éste me insistía en que mi pesadilla revelaba que la
situación de estrés que sufría en el trabajo había superado con
creces mi estabilidad emocional.
Y justo cuando iba a morir desangrado
me despertaba. Y, ¡cómo no!, cada día volvía a mi calvario.
Y fue aquél día cuando ocurriría
todo. Entré tarde en la oficina con un martillo y clavos. Me dirigí
a la mesa de mi jefe de sección. Y todo fue muy rápido...
Le cogí la mano y en un golpe maestro
muy hábil la coloqué encima de la mesa. Golpe certero con el
martillo y ahí quedó clavado el apéndice.
¡Estaba asistiendo a un psicólogo.
Muy enfermo...!.
Todos comentaban el sucedido, pero
yo...
Nunca más sufrí la pesadilla
y jamás necesité un psicólogo.
Perdí el trabajo, claro.
Pero encontré otro mucho mejor. Y
sobre todo jamás volví a ser crucificado.
Kiko Cabanillas.
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