Encontré una vivienda
rústica que se atenía a mi presupuesto -la mitad del valor del
duplex que compartíamos mi mujer y yo-. Además tenía una higuera
en el jardín que daba higos todos los años.
Allí pues comencé mi
nueva vida: Escribía a diario y estudiaba filosofía.
Pronto empecé a publicar
gracias a un amigo de mi hermano Javier.
Era como un sueño.
Bajo la higuera escribía
todos los días con mi portátil hasta media mañana, hora en la que
me dirigía al mercadillo a comprar la comida: Pescado casi todos los
días.
Mi éxito fue
relativamente rápido.
Decididamente abandoné la
narrativa para dedicarme en exclusiva a la Poesía.
A mi casita venían
invitados poetas de todas las nacionalidades.
Al fin me captó la
Colección Visor Poesía. También escribía para la editorial
Cátedra.
Y mi relación con la
higuera se iba profundizando.
Ella, mi portatil y yo.
Influído por la Promoción
Poética de los Cincuenta y por la Beat Generation rápidamente logré
un estilo propio y personalísimo.
Todos mis temores y dudas
los compartía con mi higuera. Y ella me facilitaba soluciones
efectivas, que sin dudarlo un momento llevaba a cabo.
Todo fue viento en popa y
a los diez años era un consagrado poeta.
…
Hasta que llegó el
fatídico día: La higuera amanecició mustia y se iba secando.
Traje a un especialista en
higueras. Quien me dijo: Es muy sencillo: Su higuera se muere de
vieja.
Finalmente falleció.
Y desde ese día y hasta
hoy dejaron de brotar los versos de mi alma.
Ya no escribo.
Kiko Cabanillas.
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