A mi
siempre me había llamado la atención la tienda de Biotecnología
ubicada en Área Central.
Las
veces que por ella pasaba siempre estaba el dependiente hablando por
el móvil. Pero allí no entraba un cliente.
Hasta
tal punto llegó mi inquietud que decidí averiguar a qué se
dedicaban realmente, pues la biotecnología en Galicia como que no.
Así
es que entré un buen día a la tienda y le dije al empleado
-Arturo-si podría darme información pues quería montar una tienda
semejante en Pontevedra.
“No
lo hagas. Aquí no hay mercado. Simplemente sobrevivimos”.
Vino
a mi mente entonces la imagen de Arturo aparcando el Mercedes cada
mañana. Tenía además un Rolex de oro.
“Te
invito a una copa”, dije aún a riesgo de tener un “no” por
respuesta.
“Claro”,
dijo.
Una
copa llevó a otra. Fumamos un porro que lié yo. Y acto seguido me
propuso ir al coche a esnifar una raya. “¿Un tiro?”. Acepté.
Y
pronto una furiosa taquicardia se apoderó de mí, al tiempo que
Arturo me confesaba que se dedicaban realmente al tráfico de
“perico”. La tienda de Biotecnología no era más que una
tapadera.
“Ya
que me has caído bien te ofrezco trabajo. Empezarás mañana.
Recibimos mercancía. En mi tienda a las ocho”.
Y
allí estaba yo como un clavo.
“Llegarán
doce fardos a las doce. Abriré por el almacén y depositaremos todo
en la tienda”, dijo.
La
operación fue sencilla y no hubo ningún problema.
Esto
fue hace ocho años. Hoy espero mi turno en el juzgado. Pero Arturo
dice que no hay por qué preocuparse.
Lo
cierto es que he podido mantener a mi familia y me he permitido un
alto nivel de vida.
Siempre
supe que acabaría así la película. Pero ha valido la pena. ¡He
vivido como dios!.
Kiko Cabanillas.
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