8 de marzo de 2016

“Queréis bajaros de una puta vez”.

                                                         El autobús urbano “14” iba bastante lleno.
El chófer concentrado y oyendo la conversación de una pareja sentada en primera fila.
“Yo también te quiero”, decía ella.
E inmediatamente detrás el típico ejecutivo venido a menos, que no tiene dinero para taxis.
En la parada de la calle Honduras no se bajó nadie y subieron tres personas Y ya iban cuatro paradas sin que bajase nadie.
“Bueno...”.
Inmediatamente detrás del ejecutivo iba una señora con una bolsa de pescado, que desprendía un olor intenso.
Y ya estábamos de nuevo en Ronda de Outeiro, seguía sin bajar nadie, con lo cual el autobús comenzaba a desbordar gente.
A la altura de Sagrada Familia subió un grupo de obreros, sucios y mal hablados.
Unos colegiales se peleaban en los asientos traseros.

Y yo, con mi bastón, suspiraba porque alguien me dejase alguno de los sitios reservados para minusválidos.
Los colegiales fumaban a escondidas.
Y una señora con unas perlas tamaño aceituna protestaba. Ni caso le hacían.
El chófer estaba cansado de esta fauna. ¿Por qué no habría cogido el trabajo en el súper?.

Miró por el espejo retrovisor a la señora del pescado. Y le pareció olerla. Nauseabundo.

En ese momento volvió a dar un trago a la petaca.
“Espero que jamás me hagan un control de alcoholemia”, se dijo.
Yo miraba por la ventanilla buscando alivio a la densa atmósfera del autobús.

Y de repente el conductor hizo un movimiento de fastidio porque se le había acabado el cógnac.
Miró con odio a un señor que iba sentado apaciblemente en su sillón. Luego amplió su odio a los niños y al ejecutivo. A los enamorados...
Palpó el suelo con el pié. Dirigió una mirada al techo.
Y finalmente en otra parada en la que no bajaba nadie y subían tres personas abandonó el asiento. Y dirigiéndose a los usuarios dijo: “Es que no va a bajar nadie. Queréis bajaros de una puta vez”.

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