15 de octubre de 2015

-El abuelo de Carlos-

Esto sucedió cuando mi hija Eva comenzaba su carrera de Derecho en la Autónoma de Madrid.
Alquiló un piso en el barrio de Salamanca con un amiga, Sandra; y un amigo, Carlos.
Todo comenzó a torcerse cuando los padres de Carlos fueron a visitarles. Y, sin más, se quedaron con ellos más de un mes.
Pero una vez que se fueron los padres, un buen día llegó Federico, el abuelo de Carlos: Metro sesenta escaso, barba y vestido a la antigua usanza. Tenía ochenta y dos años.
“Buenos días, chicos, quiero una habitación al lado de la ventana que da a la calle, para ver lo pájaros.
“No hay ninguna habitación exterior libre”, afirmó Eva.
“¿Y esa?”, preguntó Federico.
“Esa es mi habitación”, señaló Eva.
“Bueno pero como tu eres buena chica me la cedes”, dijo Federico.
Todo fue de mal en peor. El abuelo comía en el sofá, manchándolo todo.
Oía la radio hasta las tantas de la noche. Era sucio y desordenado.
Hasta que llegó el día en que Sandra y Eva decidieron tomar una decisión fatal: Lo iban a asesinar.
Fue muy sencillo porque le pusieron una cápsula de cianuro -que había conseguido Sandra en el mercado negro- en el vino. Y se lo bebió de un trago.
El resto fue muy sencillo: A las cinco de la mañana, y ayudados por dos amigos, trasladaron el cuerpo hasta el Retiro. Allí lo dejaron sentado en un banco.
¡Por fin!!, exclamó Eva. ¡Cómo echaba de menos mi cuarto!

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