El sábado pasado
me zampé una lamprea.
En el casco
antiguo de Santiago de Compostela al inicio de la temporada.
Fui con mi padre y
mi hermano mayor: Los javieres.
El jefe del local
nos instó a tomar de primero unas angulas, que disfrutamos
sobremanera.
Tras el pulpo de
aperitivo y una vez elegido un Ribera del Duero para regar los
manjares...
Comenzó la
comunión.
Acaricia el
paladar.
Extiende su sabor
que comulga con tu alma.
Siempre recuerda
mi padre que los romanos se las llevaban en grandes tinajas hasta
Roma.
El precio elevado
por ser inicio de temporada y por haber tan poca.
Su textura, su
sabor, su presencia. Siempre acompañado de arroz en blanco aderezado
con la salsa confeccionada con la sangre del divino pez.
Mirada
prehistórica que dice: “devórame”.
“No la hay en
piscifactoría”, nos dijo indignado el jefe al comentarle que un
colega suyo nos había dicho que la poca lamprea que hay de momento
es toda de piscifactoría.
“Mentira y
absurdo”, nos aclaró el jefe.
Y de postre deliciosos dulces.
Kiko Cabanillas.
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