Como siempre me desperté a las siete
de la mañana. Desayuné y me dispuse a salir a correr por el Paseo
Marítimo de A Coruña.
Al principio toto fué bien. Hasta que
llegué a los dólmenes de los caídos en la guerra civil. Momento en
el que sentí un terrible cansancio. Me apoyé en una de las
esculturas y quedé entre dormido y desmayado.
Me reincorporé...Sobre mis cuatro
patas...”¿Cómo?. ¿Qué es esto de cuatro patas?.
Pues sí efectivamente tenía cuatro
patas. Peludas.
Lleno de congoja y confusión me dirigí
a casa. Y por el camino, en un escaparate pude comprobar que
efectivamente me había convertido en una cabra. Me reí.
Al llegar a casa en Ronda de Outeiro vi
al portero José limpiando la entrada. Y me dijo: “Fuera de aquí.
Que me lo ensucias todo”.
Quise explicarle que era Kiko, pero lo
más que logré fue emitir un balido lastimoso.
Sin embargo no fui capaz de abandonar
el portal en toda la mañana, motivo por el cual José llamó a la
policía municipal.
Los agentes al llegar me ataron una
cuerda al cuello y me trasladaron en un furgón que traía consigo.
Me llevaron a una especie de granja. Y
me introdujeron en un recinto en el que había tres cabras más y un
macho cabrío.
Enseguida comenzó a cortejarme.
Yo no salía de mi espanto.
Me montó desde atrás y yo sentí como
su pene atravesaba mis carnes.
He de reconocer que lo que resultó
doloroso y violento al principio fue a medio y largo plazo muy
placentero.
Ciertamente, el orgasmo caprino fue
fantástico.
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