La homosexualidad
siempre me resultó interesante, como alternativa existencial. Pese a
ello soy “hetero”.
Todos los maricas
que se han cruzado en mi vida han acabado siendo buenos amigos míos.
Muchos sufrieron
de las intolerancia y la incomprensión para salir del armario.
Pero he aquí el
culmen: El lesbianismo.
Dos mujeres que se
quieren, se adoran, se desean.
Chocan
frontalmente con aquellos que las califican de “guarras”. Lo cual
hace su amor más intenso.
Vi ayer una
película en la tele sobre dos lesvianas que viven un intenso
romance. Una es pintora y la otra profesora.
Todo es normal en
su vida en pareja: Se distribuyen las tareas domésticas, comparten
amigos. Y sobre todo hacen continuamente el amor sin cortapisas.
También he leído
hace poco que las mayores discriminaciones las sufren los bisexuales.
Y ¿qué pecado
tiene sentirse atraído por ambos sexos?.
La promiscuidad
parece más elevada entre los homosexuales. Pero esto tiene su
explicación: El amor a lo prohibido. El deseo iconoclasta.
Y para rematar
todos los prejuicios vino el Sida. Que muchos califican de castigo de
Dios.
¿Y si el Sida
fuese también un mal de heterosexuales?. Pues así parece. Tendrán
pues de buscar otra venganza del más allá.
Mujeres amaos,
desearos, tened sexo.
Y mientras los
vulgares “heteros” nos conformaremos con el sexo tradicional.
Con las relaciones
socialmente consentidas.
Y en el fondo
desearemos meternos en el armario paras después poder salir de él.
Kiko Cabanillas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario