27 de noviembre de 2015

-El día que me convertí en un Imbécil-

                               Como todas las mañanas: Me desperté a las siete y bajé a desayunar.
Como algo muy extraño -pues siempre se levanta más tarde- mi hija Julia bajó de su cuarto -del duplex- y se dispuso a tomar también el primer alimento del día.
“Buenos días princesa”, le dije.
Por toda respuesta tuve un gesto como de asco.
No le di importancia. Me duché y salí a la calle.
Al pasar junto al portero: “Hola José, ¿Cómo che vai?”. Y nada: Gesto de desprecio.
¡Inaudito!.
Salí a la calle y subí al 14.
Al conductor le di mi tarjeta del bus porque no me la leía: Yo no se la paso, lo siento.
Pero no tengo dinero, ¿Y si viene el revisor?...
Llegué a mi ONG Ecos do Sur. Y como siempre saludé: ¡Hola guapas!.
Silencio absoluto por respuesta.
Intenté falar galego con Mila pero...”Perdona estou liada”.
Entonces cogí el teléfono que sonaba y...”Ponme con algún compañero”.

Era trágico. Todos estaban como confabulados.
Ya no era el chico simpático que había sido toda mi vida. Y la gente como que me rehuía.

Ya sé era un montaje...Una broma...

Partiendo de ese supuesto todo fue mejor. Incluso parecía que ya me trataban mejor.
Y a la noche de ese agotador día: Un mendigo me paró y me dijo: “Hay días que son especialmente malos ¿verdad?.”
“Sí respondí, pero tú y yo le vamos a poner remedio”.
Paré un taxi y le pedí que nos llevara al restaurante mexicano “Tamarindo”, de unos amigos
Allí fuimos muy bien recibidos, a pesar del pésimo aspecto de mi compañero.
Comimos hasta hartarnos y bebimos “pisco” y “magaritas”. De postre dos “Cielito lindo”. Y para rematar dos copas de Tequila.

Y con el último trago de licor, el “fatum” murió para siempre. “Chao nena”, le dije a Ines -propietaria y camarera-.

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