Ya nos habían
dicho que moriría joven.
Cariñosas y
protocolarias fueron mis ex-cuñadas.
Y yo...
Con el alma
partida, aún no había tenido tiempo ni para llorar.
No. No lloraría
porque a él no le hubiese gustado.
Tan sólo me fijé
mucho en el lugar del sepulcro, pues sabía que volvería sólo.
Acabado el día me
retiré a dormir a mi hotel NH.
No pude dormir.
Y a las cinco
feliz como una perdiz cogí dos cuchillas de afeitar y me dirigí al
cementerio.
“Déjeme aquí,
gracias”.
Trepé la valla no
sin cierta dificultad.
Y allí desbordando alegría me remangué los brazos y antes de
seccionarme las venas escribí: “¿Dónde vas sin permiso?.
¡Espérame!”
El orgasmo en
francés es la “pequeña muerte”.
Y así es. Llega
la paz y la serenidad. Es el “carpe diem” más absoluto.
No sé como fue
pero acabamos en la cama de mi NH la Keka y yo.
Pasión y entrega.
Eramos dos mujeres
amándose.
Recorrí todos sus
rincones.
Besé todo lo
besable.
Sus orgasmos
fueron míos.
Era tierna y
amorosa. Casi tanto como había soñado.
A eso de las cinco
nos quedamos dormidos, yo con la cabeza apoyada en su culo.
Tenía que
trabajar a las nueve. Levantada pues, para ducharse.
Yo había entrado
antes al baño y había dejado mi alma en el espejo con su barra de
labios. También había desmontado la cuchilla de afeitar hasta
extraer la hoja.
Y cuando Keka
observó el dibujo que yo había hecho con su lápiz de labios en el
espejo lo comprendió todo: Era un corazón que decía “Para que
esto dure siempre”.
Puso haber llamado
a un médico pero no lo hizo. Sabía que a mi no me gustaría.
Kiko Cabanillas.
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