14 de julio de 2018

La muerte con Santi y Keka.

Quedó enterrado en Alcalá de Henares por expreso de su madre.
Ya nos habían dicho que moriría joven.
Cariñosas y protocolarias fueron mis ex-cuñadas.

Y yo...

Con el alma partida, aún no había tenido tiempo ni para llorar.

No. No lloraría porque a él no le hubiese gustado.
Tan sólo me fijé mucho en el lugar del sepulcro, pues sabía que volvería sólo.

Acabado el día me retiré a dormir a mi hotel NH.
No pude dormir.
Y a las cinco feliz como una perdiz cogí dos cuchillas de afeitar y me dirigí al cementerio.
“Déjeme aquí, gracias”.
Trepé la valla no sin cierta dificultad.

Y allí desbordando alegría me remangué los brazos y antes de seccionarme las venas escribí: “¿Dónde vas sin permiso?. ¡Espérame!”

El orgasmo en francés es la “pequeña muerte”.
Y así es. Llega la paz y la serenidad. Es el “carpe diem” más absoluto.

No sé como fue pero acabamos en la cama de mi NH la Keka y yo.
Pasión y entrega.
Eramos dos mujeres amándose.

Recorrí todos sus rincones.
Besé todo lo besable.

Sus orgasmos fueron míos.

Era tierna y amorosa. Casi tanto como había soñado.

A eso de las cinco nos quedamos dormidos, yo con la cabeza apoyada en su culo.

Tenía que trabajar a las nueve. Levantada pues, para ducharse.
Yo había entrado antes al baño y había dejado mi alma en el espejo con su barra de labios. También había desmontado la cuchilla de afeitar hasta extraer la hoja.

Y cuando Keka observó el dibujo que yo había hecho con su lápiz de labios en el espejo lo comprendió todo: Era un corazón que decía “Para que esto dure siempre”.

Puso haber llamado a un médico pero no lo hizo. Sabía que a mi no me gustaría.
                                         Kiko Cabanillas.


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