15 de abril de 2016

El viaje sin fín.

Me desperté como siempre a las siete de la mañana, desayuné, fui al baño y leí la prensa en Internet. Luego cogí un taxi y me dirigí a Santiago de Compostela, donde iba a trabajar en la empresa familiar con mi hermano pequeño y mi padre.
Compré el billete -para las 10.00 horas- y me subí al autobús.
Al cabo de cuarenta minutos llegué a lo que suponía que era Santiago.
¡Qué barbaridad si es idéntica a la estación de La Coruña. Debieron hacerlas en serie.
Pero cual es mi sorpresa cuando al salir: Estaba de nuevo en La Coruña.
Miré el reloj y eran las10.00 horas menos cuarto. No había pasado el tiempo.
Volví a comprar un billete a Santiago y retorné al autobús.
Todo se repitió.
Llegué de nuevo a La Coruña a las 10.00 menos cuarto.
Comenzaba a volverme loco.
Compré de nuevo el billete a la ciudad compostelana Subí. Y de nuevo, 10.00 horas menos cuarto.

Entonces sonó el despertador a las siete de la mañana.
Todo había sido una pesadilla.
Desayuné, leí la prensa y me fui en taxi a la estación de buses.
Compré un billete a Santiago y en cuarenta minutos llegué.
Bajé del bus, cogí un taxi: “A Rúa do Curraliño, por favor”.
“No conozco esa calle”, me contestó el taxista.
“Está donde estaba el hospital general, con vistas a la catedral”, señalé.
“Supongo que será una broma -dijo el conductor- está usted en La Coruña, caballero”.
Miré el reloj y eran las diez menos cuarto.
                                          Kiko Cabanillas.


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