Me desperté como siempre a las siete
de la mañana, desayuné, fui al baño y leí la prensa en Internet.
Luego cogí un taxi y me dirigí a Santiago de Compostela, donde iba
a trabajar en la empresa familiar con mi hermano pequeño y mi padre.
Compré el billete -para las 10.00
horas- y me subí al autobús.
Al cabo de cuarenta minutos llegué a
lo que suponía que era Santiago.
¡Qué barbaridad si es idéntica a la
estación de La Coruña. Debieron hacerlas en serie.
Pero cual es mi sorpresa cuando al
salir: Estaba de nuevo en La Coruña.
Miré el reloj y eran las10.00 horas
menos cuarto. No había pasado el tiempo.
Volví a comprar un billete a Santiago
y retorné al autobús.
Todo se repitió.
Llegué de nuevo a La Coruña a las
10.00 menos cuarto.
Comenzaba a volverme loco.
Compré de nuevo el billete a la ciudad
compostelana Subí. Y de nuevo, 10.00 horas menos cuarto.
Entonces sonó el despertador a las
siete de la mañana.
Todo había sido una pesadilla.
Desayuné, leí la prensa y me fui en
taxi a la estación de buses.
Compré un billete a Santiago y en
cuarenta minutos llegué.
Bajé del bus, cogí un taxi: “A Rúa
do Curraliño, por favor”.
“No conozco esa calle”, me contestó
el taxista.
“Está donde estaba el hospital
general, con vistas a la catedral”, señalé.
“Supongo que será una broma -dijo el
conductor- está usted en La Coruña, caballero”.
Miré el reloj y eran las diez menos
cuarto.
Kiko Cabanillas.
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