Recuerdo perfectamente ese día: Era
martes y yo tenía que ir a la universidad Senior.
Me levanté a las siete horas como
siempre. Pero al ir al baño...
Me miré al espejo y...
Debería estar aún dormido: Tenía dos
cabezas.
Iguales.
Lleno de congoja decidí desayunar.
Pero a que cabeza le daría el café. Supuse que sería igual.
Acto seguido me duché, dándole champú
a los dos entes.
Entonces, y tras muchas dudas decidí
salir a la calle, a comprar pan.
Pero sólo salir, me vio la vecina y:
“Ahhh...”.
Me di media vuelta y me volví a meter
en casa.
Ya sé: Me puse un gorro de lana al que
abrí con unas tijeras para que entrasen las dos.
Así es que fui a la panadería y de
nuevo: “Ahhh...”.
Ni con el gorro podía disimular.
Regresé a casa y me pasé el día
leyendo y cocinando.
A la noche podría salir.
“Me voy a tomar una cerveza en Los
Mallos”, me dije a mí mismo.
En el autobús fue un auténtico
escándalo.
Un grupo de jóvenes se rió mucho: “Tú
en matemáticas debes ser un lince”, me dijo uno.
Llegué por fin al pub. Me acomodé en
la barra y le pedí al camarero un wiski.
El camarero, aunque lleno de
estupefacción me atendió muy bien: Tomaría cinco copas de JB.
Así es que al salir, a unos niños que
miraban sorprendidos les dije: “Ajjjj...”.
Y los pobres se fueron corriendo..
De nuevo en casa. Y esta vez borracho.
Abrí el ordenador y teclee en Google:
“Dos cabezas. ¿Cómo combatirlo?”.
“Yo te ayudaré”, me dijo Google.
“Siga mis instrucciones: Está usted
dormido: Tírese del pelo y encienda una luz”, añadió.
Así hice y efectivamente me desperté.
Todo había sido una pesadilla. Fui corriendo al baño y ahí estaba
mi única cabeza.
Kiko Cabanillas.
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