13 de febrero de 2018

-Mi amigo el murciélago-

Había salido por la noche con mis amigos de Ecos do Sur y Pachi me había traído a casa. Como estaba ciertamente muy colocado -había fumado hachís- decidí tumbarme en el sofá del salón a la espera de que me bajase el colocón.

Y entonces lo ví: Era sin lugar a dudas un murciélago y descansaba sobre la barra de la cortina cabeza abajo.

Por un momento pensé en espantarlo: Cogí para ello una escoba. Lo echaría por la ventana. Pero me dio lastima.

Entonces caí en la cuenta de que quizás había fumado demasiado hachís.

Así es que recogí el salón, me puse el pijama y me fuí a dormir. Intentando olvidar lo que sin lugar a dudas era una fantasía: El murciélago cabezudo.

Al día siguiente me desperté a las doce. Y con una considerable resaca me dispuse a desayunar. Era del wiskie pues el hachís no deja malestar.

Tomé café en abundancia y comenzó mi lucha contra la fantasía...

Finalmente decidí buscar al murciélgo. Entré en el salón y allí estaba.

Todo fué una convivencia estupenda. Bajé a la carnicería a comprar sangre de cerdo. Comió con mucho apetito. Le conté el contenido de mi próximo libro y aplaudió con las alas.

Al día siguiente llegaría la doméstica a las nueve de la mañana. Pensé contarle todo antes de que entrase en el salón. Y así hice.
¡Kiko, eres un payaso!. Aquí no hay nada”, exclamó según salia de la sala.


No puede ser”.
Mira ahí está”, señalé.

Venga Kiko, que tengo mucho trabajo. Déjate de bromas”.
Entonces comprendí que era yo el único que lo veía.

Por una larga temporada pensé en pedir cita con el psiquiatra. Pero finalmente decidí que era un excelente amigo. Y que nuestra relación no hacía mal a nadie.
                              Kiko Cabanillas.



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